Venimos asistiendo desde hace ya
muchos años a la decadencia de la universidad española. La transición de una
universidad elitista, a la que solo podían acceder unos pocos jóvenes,
generalmente de familias acomodadas, a una universidad en la que podían estudiar
todas las personas que quisieran, sin el sesgo económico o de clase, fue un
paso que aplaudimos casi todos los españoles. Sin embargo, si el objetivo era
de agradecer y suponía un adelanto que nos hacía más iguales a toda la
población, favoreciendo así, en principio, la movilidad social, las formas en
que se hicieron, y se siguen haciendo, no han sido las más adecuadas, pues las élites dentro
de la universidad siguen teniendo mucho poder, e incluso las universidades al
estar financiadas casi totalmente por las comunidades autónomas están sometidas
al poder político de turno.
Las últimas leyes o normas
legales relativas al funcionamiento de las universidades han sido clave para
que esa decadencia entre en una fase de degradación máxima. Si a eso le
añadimos la adaptación de la universidad española al Plan de Bolonia,
mercantilizando la formación, las rígidas exigencias del Ministerio para
acreditar a los profesores, la precariedad e incertidumbre de gran parte del
profesorado, formación no adaptada a las futuras necesidades de la sociedad,
másteres creados para financiar las universidades o aumentar los ingresos
económicos de los profesores, etcétera, el escenario que nos sale es muy
preocupante. Nadie se mueve, ni los profesores, ni los alumnos, ni las
familias, ni los políticos, ni los sindicatos. Todos están quietecitos no vayan
a salir en la foto, se queden sin trabajo, se les exija más a los alumnos o se
queden sin sus prebendas de estatus o de interés particular.
Llevo casi medio siglo siendo actor
en varias universidades, primero como estudiante, luego como profesor. He
vivido y sufrido abusos de poder en todas ellas, no salvo a ninguna, por
supuesto que la mayoría de las veces de esas élites dirigentes (rectores,
vicerrectores, decanos, directores de departamento o catedráticos), todas (o
casi todas) silenciadas y si alguna vez salían a la luz rápidamente se
neutralizaban. Luchar contra el poder organizado es muy difícil. De todas las
universidades por las que he pasado, donde he visto un poder autoritario y
corrupto ha sido la que estos días, o meses atrás, está siendo visibilizada (gracias
a un periodismo atrevido y riguroso, como es el del diario.es): la Universidad
Rey Juan Carlos. Por cierto, me gustaría que alguna vez se hiciera un estudio
en profundidad del negocio urbanístico que se hizo en los lugares donde se
instaló esa universidad.
Ahora bien, si la universidad
española está en decadencia y su futuro es muy preocupante para todos los
actores que intervienen en ella, el poder abordar ese problema no sería difícil,
pero la cuestión es que lo que está degradándose son la mayoría de las
instituciones de este país, pero sobre todo: la política, la justicia, la
economía o la Corona. Si las
instituciones no funcionan adecuadamente, no cumplen las funciones encomendadas
las sociedades se desestructuran y el cambio es ineludible.
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