A Molina de Aragón se le conoce
por ser uno de los pueblos más fríos de España; sus habitantes cuentan cómo va
cambiando el clima con el paso de los años, las nevadas van desapareciendo, las
temperaturas tan bajas en invierno ya no son tales, el clima es más benigno. No
sé si eso tendrá algo que ver con el incremento de las actividades culturales, si
al tener más calor se han activado, pero lo que sí es cierto es que año tras
año los ciudadanos de este municipio y las instituciones públicas van
aumentando su oferta cultural.
Llevo yendo más de una década por
esos lares, lo que me ha permitido observar lo dicho anteriormente. He visto cómo
en los últimos años los jóvenes (y no tan jóvenes) han puesto en marcha
múltiples actividades de cine, teatro, fotografía, pintura, música…, pero no lo
han hecho de una manera pasiva, sino que han sido ellos mismos los actores: los
músicos, los teatreros, los pintores, los escultores, los fotógrafos, etcétera.
Es una cultura viva, activa, participativa, ilusionante. Los hijos de Molina de
Aragón están forjados en sus fríos, pero tienen sus almas muy calientes.
Por otro lado, las instituciones
públicas, sobre todo la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, están
apostando también por estas tierras. Un ejemplo de este buen hacer es la
múltiple exposición que ha habido durante este último mes de agosto, en la Casa
de la Cultura de San Francisco, con los Apóstoles de Tartanedo, los Ángeles
Inmaculistas de Peralejos de las Truchas y los instrumentos musicales en la
obra de Cervantes. Un lujo, una maravilla. Mañana comienza otra: “Salvador Dalí
y El Quijote”, seguramente excepcional también. Lamentablemente han sido muchos
los años en que han estado olvidados, esperemos que esta línea de activación
cultural de la zona no sea solo fruto de un momento o de un gobierno.
La zampoña: la sencillez, lo sublime.