La escritora y columnista
política turca, Ece Temelkuran, en su ensayo (2019): Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura,
lleva a cabo un análisis profundo y riguroso sobre la evolución política de su
país, poniendo sobre la mesa la degradación de la democracia hasta casi su
desaparición y control absoluto por parte de su presidente, Erdogan. Comparando
a la vez esta situación con lo que está sucediendo en otros países, tales como
Estados Unidos, Reino Unido, Hungría, Brasil, etcétera. Establece siete pasos para
derivar de una democracia a una dictadura: crear un movimiento; romper la
lógica y atentar contra el lenguaje democrático; valorar la posverdad;
desmantelar los mecanismos judiciales y políticos; crear un nuevo ciudadano;
banalizar el horror; y, construir un nuevo país.
Observa cómo se están construyendo
nuevos movimientos donde se ensalza el nosotros
y la tolerancia, pero sin embargo lo
que hay detrás es un individualismo atroz, y la tolerancia solo es para ellos, no para los otros. Todo ello con un discurso vago, superficial, en el que
el líder controla todo y puede hacer lo que quiera en cualquier momento, ya que
además el movimiento carece de ideología y se hace transversal.
Este proceso de manipulación de
las masas viene de lejos, se inició cuando las políticas tathcherianas y ahora
es cuando está cuajando en múltiples países: “El infantil lenguaje político del
presente, que parece estar causando una gran regresión en todo el espectro
político –desde la derecha hasta la izquierda-, no es en realidad una reacción
contra el sistema, sino más bien un factor paralelo a las fracturas ideológicas
que surgieron en el este en la década de 1980. La única diferencia
significativa entre los precursores y sus sucesores… es que hoy la voz de la
infantil política populista se ve amplificada a través de las redes sociales,
multiplicando así más que nunca los cuentos de hadas y permitiendo que los
ignorantes se reclamen iguales a las personas bien informadas.” [p. 65] A lo
que añade, el rechazo a la idea de que los medios de comunicación son muy
importantes para el desarrollo y consolidación de la democracia, con la
finalidad de que el líder sea el que ejerza el contacto directo con el pueblo real.
Ese discurso infantil,
superficial, se ha visto complementado con el mundo de la posverdad, con el
invento y construcción de sus verdades, fundamentadas, muchas de ellas, en
mentiras y manipulaciones. Todo ello para confundir el debate político y poner
el acento en cuestiones de distracción para la sociedad.
Otro elemento degenerativo de la
democracia es el desmantelamiento de los mecanismos judiciales y políticos;
poco a poco los líderes van interviniendo en un control de ciertos aparatos del
Estado para así controlarlos, considerarlos como no necesarios y aumentar su
poder autoritario: “El punto de
inflexión crucial en el largo proceso de desmantelamiento del aparato del
Estado y los mecanismos legales no es la implantación de cuadros formados por
obedientes y leales miembros del partido o de la propia familia, como mucha
gente tiende a pensar. La vuelta de tuerca que permite a los líderes jugar a
voluntad con este aparato se inicia cuando esos empiezan a socavarlo para crear
la sensación de que es superfluo. En
un abrir y cerrar de ojos se filtran al debate público toda una serie de
preguntas que tienen el potencial de alterar las reglas del juego: “¿De verdad
necesitamos esas instituciones?”; “¿De verdad necesitamos seis puestos de alto
nivel en el Departamento de Estado?”; “Acaso no llevan vacantes más de un año y
las cosas han seguido funcionando sin ellos?” [p. 149]
Cuestiona el papel de los
antisistema y de los abstencionistas electorales, su posición cómoda, que hace
que estos nuevos movimientos se amplíen y consoliden; también la de los que
hacen la “revolución” desde el sofá a golpe de click en el ordenador, así como
de los que se ríen ante el horror, la banalización del horror.
Para finalizar este análisis
político de la situación actual en su país y en otros del entorno occidental,
considera que hay que intervenir activamente en la política, individual y
colectivamente, y que solo sí ello se hace es la única manera de revertir este
proceso degenerativo de la democracia: “Como nos ocurrió a nosotros en Turquía,
hoy en día muchas personas en diversos países han intentado sobrevivir
manteniéndose al margen de la
batalla. Observan la desagradable contienda sin entender que ellos son
presuntos gladiadores. Nuestra ansia de comprender
el deseo de la gente “de ser esclava” nos ha dejado enganchados a nuestros
teléfonos móviles y pantallas de ordenador en busca de respuestas, y ese
proceso se ha hecho a la vez tan largo y satisfactorio que hemos terminado
percibiendo que las cosas no nos estaban sucediendo realmente… Si no somos
políticamente activos o reactivos, el acto de comprensión se convierte tan solo
en expresión e intercambio de respuestas emocionales.” [p. 262]
Me ha parecido un libro
excelente, que no solo deberíamos leer cómodamente en nuestros sillones, sino
debatir privada y públicamente; lo que sería muy sano para la democracia. El “coronavirus”
de la dictadura se está convirtiendo en pandemia.