
Ayer fui de nuevo a ver al Ballet
Nacional de España para ver el espectáculo que lleva sobre el pintor valenciano
Sorolla, esta vez en el Teatro de la Maestranza, en Sevilla. En él se recoge
una serie de cuadros que realizó a principios del siglo XX para la Hispanic
Society de Nueva York, donde se reúne parte del folklore español, reflejado en
costumbres regionales. Esos cuadros los vi en una exposición hace más de un año
en la Fundación Mapfre en Madrid (de la que di cuenta aquí, en este blog) y la
representación de la danza la disfruté en el Auditorio del Palacio de Congresos
“El Greco”, en Toledo. Los creadores de esta obra han acertado uniendo la
pintura y la música, han logrado transmitir el significado de que dotó Sorolla
a sus óleos, no solo en lo cromático, sino en su alma. Desde el primer momento
con esa alegoría al mar, hasta el final con un gran espectáculo de música y
baile flamenco, ha sido un gran placer el contemplarlo y disfrutarlo una vez
más.
En estos momentos estoy terminando
un libro del autor sueco Henning Mankell (Arenas
movedizas), en el que el autor hace varias reflexiones alrededor de la vida
y la muerte (él está enfermo de cáncer). Una de sus meditaciones gira sobre la
gran pregunta que se han hecho casi todos los filósofos, desde los primeros
hasta los últimos: ¿Qué sentido tiene la vida? Él responde que el sentido de
vivir es tener alegría por vivir. Pues bien, yo añadiría después de ver al
Ballet Nacional de España representando Sorolla, que la danza es un arte que le
puede dar un gran sentido a levantarse todas las mañanas. Si a ello le unimos
cualquier otra manifestación artística, pues muchísimo mejor.
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