En los últimos años estamos
asistiendo a un proceso de reforma y cambios en la universidad española, sobre
todo en lo referente a la calidad de la enseñanza y el profesorado. Hemos
sufrido, padecido, leyes, decretos, planes europeos, planes internacionales,
aplicaciones informáticas, planes de innovación docente, habilitaciones,
acreditaciones… nos hallamos ante un cambio continuo, permanente, en el que
cuando ya lo has empezado a conocer y a moverte un poco en lo nuevo, siempre se
proponen nuevos retos, nuevos cambios. No acabamos nunca de asentarnos, de
fijar y consolidar las cuestiones aprendidas. Dentro de esto quiero resaltar lo
referente a la calidad que se nos exige a los profesores, es más no sólo
calidad sino excelencia.
En principio no suena mal,
superación continua en aras a una mejor formación de nuestros universitarios y
desarrollar la investigación en nuestro país, que son las metas fundamentales de la institución
universitaria, las funciones más importantes para las que estamos los profesores universitarios. Sin embargo,
¿cómo se adquiere esa calidad?, pues se adquiere con mucho trabajo, mucho
esfuerzo, mucha dedicación, con pocos recursos y con poca ayuda institucional.
Quieren que nos formemos e invesgtiguemos continuamente, pero no facilitan ni tiempo, ni dinero,
ni recursos, cada día que pasa contamos con menos recursos: no hay dinero para
comprar libros, para asistir a congresos, para publicar artículos y libros. Es
decir, quieren que incrementemos nuestra formación e investiguemos sin disponer
de los medios necesarios para ello, eso si, todo eso lo podemos hacer
sufragándolo de nuestro bolsillo, y por supuesto nuestro salario cada vez es
menor.
Luego está el ¿cómo se nos
evalúa? La calidad del profesorado se evalúa mediante organismos y agencias
nacionales o regionales, que analizan los curriculum vitae decidiendo si están
bien o mal, según unos criterios prestablecidos, que no están completamente claros
y concretos, son más bien amplios, poco transparentes y por supuesto
subjetivos. Somos evaluados por profesores, generalmente ajenos a nuestra área
de conocimiento, con criterios subjetivos, que han sido publicados en el BOE,
pero que luego son susceptibles de interpretación por los comités evaluadores,
lo que nos deja en manos de su criterio personal. Desde mi punto de vista (y la
de una gran mayoría de los profesores universitarios) esto es inadmisible, pero
como siempre las decisiones últimas las tienen las élites universitarias, que
se favorecen entre ellas, y que suelen estar a la orden de los responsables
políticos universitarios del momento.
Si a todo esto le añadimos que somos
empleados públicos, y que la opinión publicada se ha encargado de que la
población en general tenga una percepción negativa de este colectivo de
trabajadores, pues arreglados estamos. Ni calidad, ni excelencia… ni ánimo. Aunque yo personalmente seguiré en la lucha
denunciando estas situaciones, contribuyendo en la medida de mis posibilidades
al mejoramiento de la institución universitaria.
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