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miércoles, 3 de abril de 2024

Ruta celta-jacobea: paisaje, paisanaje y gastronomía (VI)

 



Decía Federico García Lorca: “En todos los paseos que yo he dado por España, un poco cansado de las catedrales, de piedras muertas, de paisajes con alma, etc., etc., me puse a buscar los elementos vivos, perdurables, donde no se hiela el minuto, que viven un tembloroso presente. Entre los infinitos que existen, yo he seguido dos: las canciones y los dulces” (Donde no se hiela el tiempo. Escritos sobre música, Editorial Continta Me Tienes, Madrid, 2017).

Pues yo, en este viaje desde Triacastela hasta Gonzar, durante los últimos días de marzo de 2024, he elegido tres: paisajes, paisanaje y gastronomía.

El paisaje jugaba entre los colores del otoño y la primavera, primando los marrones y apareciendo los verdes mezclados con los amarillos; los cielos preñados de nubes descargaban sus aguas, que en ciertos momentos se convertían en copos de nieve, la tonalidad de grises, negros y blancos se fundían, aparecían y desaparecían en pocos minutos, aunque al final la lluvia se hizo casi constante. La viveza de la primavera se hacía presente por doquier: ríos, arroyos y riachuelos rebosaban agua; multitud de flores (camelias, calas, iris, magnolias, cerezos, perales, laureles…) embellecían montes, valles, huertos, calles, plazas, puertas y ventanas. El sentido de la vista se estimulaba a cada paso, detrás de cualquier camino, entre las ruinas de una pequeña parroquia o en las casas humildes de esos lugares en vías de la despoblación absoluta. Olía a tierra mojada, a humedad, el frío era una constante; echaba de menos el calor y los aromas de Sevilla, el azahar y el jazmín, que días atrás envolvían mis paseos diarios. El paisaje rural con su esplendor primaveral era tremendamente extático y embriagador; el paisaje urbano de los dos municipios más habitados que estuvimos (Sarria y Portomarín) estaban muy cuidados, se percibía una esmerada sensibilidad por el embellecimiento de sus plazas, lo que facilitaba un acogimiento cálido y bello.



El paisanaje, las gentes del lugar, tanto los autóctonos como los migrantes, eran personas sencillas, hospitalarias, con una enorme cordialidad y amabilidad. Los rurales te miraban y seguían a sus trabajos, pero si te parabas a hablar con ellos no dudaban en parar y compartir contigo lo que plantearas. Los urbanos (hosteleros, camareros, comerciantes, paseantes) no les iban a la zaga en atención y disposición, unos por intereses económicos, otros por entretenimiento, y los más por su idiosincrasia. El pueblo gallego siempre me ha parecido muy cercano y entrañable, al igual que los emigrantes con los que hemos tratado, generalmente trabajadores del sector turístico.

Un estereotipo español es que en este país se come bien allá donde vayas, lo que no dudo y compruebo en los viajes por cualquier rincón del territorio, aunque sobre gustos y el placer del comer y del beber hay diversidad de criterios. En esto soy localista, es decir, pruebo los sabores y olores de lo que lo que da el lugar en el que estoy. Esta vez hemos comido: caldo gallego, quesos (el fresco de O Cebreiro, ¡ay!), pulpo a feira, anguilas fritas, ternera gallega y dulces (tarta de Santiago, castañas pilongas y galletas de castaña); saboreado sus vinos: godello y mencía (“los ribera es que no se toman por aquí, abres una botella y al tercer día ya está mala”, decía un camarero, jajaja). La lluvia y el frío han hecho que nos refugiáramos más tiempo que otras veces, y como el punto logístico de pernoctar era Sarria, allí encontramos un bar-restaurante con chimenea encendida todo el día, lugar donde nos cobijamos, hablamos, debatimos y discutimos largas horas.

En esta ocasión no ha habido tiempo para lectura, solo los folletos turísticos para informarte sobre la zona, si bien una tarde estuvimos en la biblioteca pública de Sarria echándole un ojo a los textos que había, y leyendo sobre un personaje local, Matías López, que en 1841 marchó a Madrid, llegando a convertirse en un gran industrial chocolatero, revertiendo parte de sus ganancias en obras sociales, educativas y sanitarias para sus paisanos y empleados de su fábrica. La lectura fue sustituida esta vez por dibujos a lápiz que realicé de una iglesia y una cruz de término.

Empezamos la ruta en Triacastela, la primera fotografía fue en la iglesia mayor (por cierto, estaba abierta y pudimos visitarla) con su cementerio adosado, y la última instantánea fue a la iglesia de Santa María, en Gonzar, también con su cementerio. Iniciamos y terminamos con la muerte en los talones, menos mal que no soy supersticioso; me quedo con la vida centenaria de un enorme castaño que había por esos caminos lucenses.



miércoles, 3 de enero de 2024

Pensamientos, reflexiones y sentimientos (2012-2023). José María Bleda García

 


Este blog lo comencé a escribir en el año 2012, considero que ya ha llegado el momento de expresarme por otros cauces, por lo que he volcado todas las entradas en un texto, editando una tirada mínima dirigida a mis familiares más próximos, como un legado bloguero. No es posible adquirirlo, pero se puede seguir leyendo todo en este blog. 
Muy agradecido a todos los que habéis estado por aquí a lo largo de los últimos doce años.