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sábado, 15 de agosto de 2020

De allí, de entonces. Relatos escritos por Enrique Díez Barra.

 

Mi buen amigo Enrique acaba de editar un libro de relatos (Enrique Díez Barra, De allí, de entonces), que tuvo a bien regalarnos, a Marta y a mí, un ejemplar en mi pueblo de adopción, Molina de Aragón, en el Casino, lugar donde solemos vernos algún día de verano desde hace ya varios años. Conocía sus amoríos por los relatos, pero fue una gran sorpresa el que acabara editándolos y así poder compartir con más personas sus pensamientos y sus vivencias.

Es un libro de los que se lee en un pis-pás, su lectura es amena y rápida, pero no por ello nada sugerente, al contrario, desde el primer momento sus recuerdos y vivencias descritas con sencillez te convierten en un acompañante de ese viajero introspectivo, donde los sentidos se ponen en alerta, evocando nuestros recuerdos de plantas, tierras, animales, casas, chimeneas, personas; todo ello girando en torno a las personas con las que se han compartido etapas de la vida. Son relatos costumbristas, pero con una maravillosa imaginación, descriptivos e ingeniosos, con bastante chispa en algunas ocasiones.

Personalmente me ha ayudado a recordar mi niñez al lado de mi hermano Jesús, que nos acaba de dejar. Con él aprendí a descubrir el mundo que nos rodeaba: la calle, los amigos, los domingos, los juegos, el adentrarnos cada día un poco más en la ciudad donde habitábamos; el enfrentarnos a los riesgos, a las incertidumbres, pero a la vez disfrutar con ello, construyendo nuestra personalidad.

Enrique nos relata aspectos de la vida, sobre todo de la niñez y la juventud. Son entrañables sus recuerdos de un hule, sus correrías con sus amigos, las emociones de sus familiares, los diferentes olores y colores de todo lo que le rodeaba, sus viajes a lomos de una caballería, el interés por estudiar, en definitiva, sus raíces en lugares donde la vida era muy dura, donde la comida escaseaba, las viviendas no tenían casi comodidades o el trabajo era extenuante, pero había ilusiones por progresar, salir adelante, valorando muchísimo lo poco que se tenía, disfrutando con intensidad esos breves instantes de felicidad compartida.

Hay dos relatos que me han emocionado extraordinariamente: Hule y Silencios. El primero me ha transportado a las múltiples noches con mi familia en la mesa camilla escuchando la radio, jugando a las cartas, limpiando las lentejas o mirando embobado como las mujeres zurcían los calcetines con un huevo de madera o se arreglaban las medias con una pequeña máquina. Por otro lado, el de Silencios, me ha impresionado, pues cada día lo necesito más, estoy en la búsqueda del silencio más absoluto, actitud que me ha retrotraído a mi madre, que en sus últimos años era lo que más deseaba.

Gran parte de los relatos se sitúan en un pueblo muy pequeño, Balbacil, donde vivieron los abuelos del autor, que son reconocibles en la portada del libro en una magnífica foto que nos hace viajar a aquella España rural de hace muy pocos años. A los lectores de este libro recomiendo una visita por este lugar de la despoblada Guadalajara, pasee por él y busque las referencias descritas en el texto, tiene garantizado unos momentos de placer excelentes.