Ojalá hubiera más intelectuales
como Naomi Klein. Cada día estamos más necesitados de mujeres y hombres como
ella, que nos hagan comprender mejor el mundo en el que estamos, para así poder
intentar que las desigualdades sociales no avancen, tal como ha ocurrido en los
últimos decenios.
Todos hablamos de globalización,
pero pocos son los que analizan el mundo desde una óptica global; la mirada
social, política y económica no es completa si esta no es llevada a cabo
observando las distintas variables globales que están construyendo el mundo; si
bien, no debemos olvidar lo local, lo más próximo a nuestra realidad social.
Bien, pues este es el método que emplea Klein en su texto: La doctrina del shock. El auge del
capitalismo del desastre. En él realiza una investigación social de lo
acaecido en el planeta Tierra desde hace más de cincuenta años, teniendo en
cuenta lo global y lo local, pues no están separados, sino que están muy unidos.
Cuando iba a empezar a leerlo, un
amigo me dijo que era horroroso, en el sentido de que causaba terror; no le
faltaba razón, da miedo, horror, terror, ver de qué son capaces los que se consideran
superiores a la gran mayoría de la población, los que tienen el poder, sobre
todo económico, en sus manos. Ellos son los que toman las decisiones que
afectan a la vida de miles de millones de personas y les damos igual, solo les
interesan sus ganancias.
En sus más de 700 páginas -cuya
lectura es amena- nos relata con muchísima información cómo desde algunas instituciones
estadounidenses se ha posibilitado y fomentado el capitalismo más feroz vivido
hasta el momento actual, implantando sus teorías económicas capitalistas no de
forma pacífica, ni legal, al contrario facilitando y construyendo dictaduras,
guerras, sabotajes, crisis financieras, manipulando a los líderes locales, etc.
Parte de cómo la ciencia, la investigación
y el desarrollo estadounidense se puso en manos de ciertos organismos para
crear estados de shock en diversos países latinoamericanos: Chile, Argentina,
Brasil, Bolivia, para frenar sus cambios sociales o económicos, sus democracias
libremente elegidas; en Asia: China, Filipinas, Malasia, Tailandia, por su
nuevo papel en el mundo; en Europa: Polonia y Rusia, participando en las caídas de sus
gobiernos autoritarios; en África: Sudáfrica, tras el apartheid; incluso en su
propio país, por ejemplo, con las consecuencias del Katrina; en Oriente Medio:
Irak, Irán, Israel, Líbano…, con excusas variadas (geoestratégicas, económicas,
libertades democráticas, seguridad). Detalla profusamente la intervención estadounidense
en estos y muchos más países para lograr acaparar la mayor riqueza posible,
costase lo que costase.
Esa política estaba basada en:
privatización, desregularización y recortes en los servicios que presta el
gobierno local; con el principio de que primero la seguridad, después la
libertad. Donde fue aplicada, desde hace más de cincuenta años hasta ahora, ha
sido un fracaso total. Es de destacar el papel de los grupos políticos,
económicos y militares estadounidenses, así como del Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
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