Con el fin de profundizar en las
aportaciones teóricas del sociólogo francés Robert Castel he leído parte de su
obra publicada en el siglo XXI: “Empleo, exclusión y las nuevas cuestiones
sociales” (Desigualdad y globalización,
1999); “Crítica social. Radicalismo o reformismo político” (Pensar y resistir. La sociología crítica después
de Foucault, 2006); La discriminación
negativa ¿Ciudadanos o indígenas? (2007); y, “De la protección social como
derecho” (El porvenir de la solidaridad,
2013).
Castel siempre se ha interesado
por los colectivos humanos más débiles, más vulnerables, llevando a cabo
análisis históricos, políticos y sociales, que van desde la situación de los
enfermos mentales, la clase trabajadora, los jóvenes o los migrantes, hasta la
organización de la sociedad, las estructuras de poder, la globalización, la individualización
o las políticas públicas.
En esos cuatro ensayos
sociológicos Castel se preocupa principalmente de la evolución de la sociedad
capitalista en el mundo occidental, sobre todo europeo, resaltando cómo desde
finales del siglo XX a la actualidad, desde los pactos del Estado del bienestar
después de la Segunda guerra mundial, pasando por la crisis económica de la
década de 1970, hasta la globalización económica y la crisis económica del principios
del siglo XXI, el mundo más desarrollado económica y socialmente es más
desigual, con una mayor individualización, donde lo importante es el mercado
económico y las políticas públicas abandonan a los más vulnerables. Es un
sociólogo que se implica en su realidad social, aportando posibles soluciones a
la problemática social. Analiza los hechos sociales proponiendo acciones
sociales para luchar contra la desigualdad social. Castel dice que el papel de
intelectual es pensar y resistir, poner al descubierto las relaciones de poder
que estructuran la vida social; hay que denunciar las relaciones de poder y
resistir, lo que implica inconformidad y deseo de intentar mejorar el orden
social (2006).
Considera que hay que buscar un
equilibrio entre los intereses del mercado y los intereses de los trabajadores,
donde el Estado social debe ocupar una posición fuerte: “Hay que analizar las
posibilidades de cambio social profundo del modelo dominante a partir de la realidad
existente” (1999; 10). Y ese cambio debe ir en la dirección de proteger a la
ciudadanía, otorgándole unos de derechos sociales que le protejan de los
posibles riesgos. No se ha de culpabilizar a los más desvalidos de su
situación: “Aunque el estado del mercado de trabajo sea el menos favorable
(como es el caso en la actualidad, en el episodio particularmente dramático de
la “crisis” que estamos atravesando), todo ocurre como si se encarnizaran cada
vez más en exigirles de cualquier modo que encuentren trabajo, y se les
condenara cuando no lo consiguen” (2013; 13).
Con el paso del tiempo el proceso
de individualización es mayor, así como también el aumento de la inseguridad y
la precariedad: “Los nuevos pobres señalan
la existencia de personas que habían podido integrarse en la sociedad salarial,
pero que perdieron esas protecciones que les permitían asegurarse esa
independencia económica y social. Los trabajadores
pobres nos hacen ver que debido a la degradación creciente de las
condiciones de empleo, tampoco un trabajo es ya capaz de garantizar siempre esa
independencia” (2007; 135).
Robert Castel se encuentra en la línea
de pensamiento socia de Owen Jones y Saskia Sassen, en el sentido de la
demonización de la clase obrera y de la exclusión social de los colectivos
vulnerables, que están incrementándose día tras día, e insisten en la necesidad
de un Estado social que debe interesarse en su protección, en una vuelta a la
solidaridad y en frenar la individualización de la sociedad.
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