Cuando acabé las clases en la
universidad necesitaba una dosis de novela, estaba cansado de tanto ensayo
científico, me fui a la biblioteca y cogí dos novelas de Pío Baroja (El mundo es ansí y La sensualidad pervertida), las cuales forman parte de una trilogía
sobre las ciudades, en las que se hace hincapié en la construcción de las
culturas; tras su lectura uno cuenta de lo poco que hemos avanzado en algo más de un siglo. Podemos
cambiar las instituciones, pero es difícil transformar las culturas, sobre todo
porque los que tienen la posibilidad de hacerlo lo que hacen generalmente es
reproducir su cultura: cambiar todo, para que nadie cambie. En el discurso de
los personajes de las novelas se le da una gran importancia a la necesidad de
conocer otras culturas, de viajar, de instruirse, de comparar, de convivir unas
con otras, considero que aún nos hace falta bastante de eso, no solo basta con
formar parte de las redes sociales, es necesario el contacto personal.
En eso estaba cuando en una
comida con colegas de la Universidad de Sevilla mi amigo Ildefonso Marqués, con
el que comparto además de profesión la ideología socialista, me dejo dos
libros: Comprender Portugal, de
Carlos Taibo, y el Amigo alemán, de
Antonio Muñoz. Como estaba con el chip de la cultura, ello me ha influido para
ver estos dos textos desde esa perspectiva. En el primero de ellos he
constatado una vez más lo lejos que nos encontramos los pueblos español y
portugués, es más lo desconocido que lo conocido, existe una gran
incomunicación y la información que tenemos unos de otros se basa generalmente
en estereotipos. El segundo de los textos, es la tesis doctoral de Antonio
Muñoz, donde hace una revisión histórica de las relaciones de los socialistas
españoles con los socialistas alemanes, donde podemos ver cómo la información
que recibimos está muy manipulada y que los actores sociales con poder
político, económico y social son los que toman las decisiones que afectan a los
pueblos, sin contar con ellos.
Las sociedades construyen sus
culturas, pero estas, desgraciadamente, son transformadas por los que gobiernan
las instituciones y organizaciones que manipulan la información en favor de sus
propios intereses, sobre todo económicos y de clase (o de casta, como está
últimamente de moda).
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