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jueves, 25 de abril de 2019

Ruta celta-jacobea: naturaleza, arte, supervivencia e impresiones (IV)

Este año mi mente necesitaba parar un poco, los últimos meses han sido muy laboriosos profesionalmente, aunque los frutos obtenidos lo han compensado, pero había que detenerse y volver una vez más a continuar la ruta que iniciamos allá por el año 2008. El camino programado comenzaba en Astorga y terminaría hasta donde se llegase, que fue en Trabadelo. Cuatro acciones han marcado nuestra sonrisa y nuestros pasos: “Hay que pensar”, “Andar y ver”, “Chachi piruli” y “Hasta donde lleguemos”; frases que nos han servido para estar más unidos a las cuatro personas que llevamos juntos las cuatro últimas etapas.
La naturaleza, como no puede ser de otra manera, nos ha acompañado siempre, pero este año ha estado más presente, pues la primavera estaba por estas tierras en todo su esplendor. Aunque la mayoría parte del tiempo el cielo ha estado nublado eso no ha impedido la existencia de una luminosidad fantástica; los cuadros impresionistas que nos ofrecía la naturaleza nos hacía sucumbir a la belleza de los colores de las múltiples flores existentes por doquier, sobre todo el del brezo, que inundaba todos los montes de León. Los paisajes eran extraordinariamente bellos y luminosos, cuyas lluvias nocturnas les hacían renovarse día tras día. De hecho, cuando en algún momento se abrían las nubes y dejaban paso al sol, la fuerza de los colores era sublime; jamás había visto un paisaje de viñas tan maravilloso como el que vi un atardecer, donde los marrones de las cepas, el verde de los campos y el azul del cielo se mezclaban para ensoñación de los viandantes.
Naturaleza que ha sido transformada por las manos de muchísimas personas a lo largo de los siglos y que ha dado lugar, como es esta parte del camino, a esos paisajes deslumbrantes y majestuosos. Aunque también esas mismas personas son las que han logrado que estos lugares, estos pueblos, cuenten con un gran patrimonio artístico que se ve reflejado en sus: casas, palacios, castillos, iglesias o plazas. En este trozo del camino destacan, quitando la suntuosidad de Astorga, los municipios de Acebo, Cacabelos y Villafranca del Bierzo, sobresaliendo la arquitectura popular de sus casas de piedra y pizarra.
La España vacía también se encuentra por estos lares, que cada vez cuentan con menos gentes y nos dan idea de que su futuro más inmediato va a ser todavía más desolador. Casas abandonadas, huertos salvajes que dejaron de dar frutos hace ya muchos años o caminos intransitables, nos muestran la otra cara del paisaje, en esta ocasión un poco deprimente, pero consecuencia del abandono y dejadez a las que se ha sometido a la España del interior. Si bien, en los sitios donde se concentra la población se contempla a unas gentes alegres, con ganas de divertirse, muy amables y cordiales; en esta ocasión he podido observar la presencia de la juventud local en las plazas, en los bares, en los trabajos e incluso muestras de su actividad en el anuncio de ofertas sociales y culturales. Por cierto, aunque estamos en época electoral la presencia de los partidos políticos ha sido casi nula, tableros preparados para que los diferentes partidos pusieran sus programas o carteles estaban desiertos.
Al igual que en otras ocasiones he gozado de los manjares de la tierra maragata y berciana: cecina, chorizo casero, potajes, truchas, ternera, riñones… culminados con unos postres deliciosos, especialmente una tarta de castañas. La lectura que me llevé para el deleite intelectual fue: Cartas a Friedrich Nietzsche. Diarios y otros testimonios, de Cosima Wagner, a la que le dediqué pocos momentos, pues no tenía tiempo para ello, pero me ha servido para aproximarme a la vida del compositor musical Richard Wagner.

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