En esta mañana soleada los pasos me han llevado a ver las
esculturas de Antonio Crespo Foix, que se exponen en el Museo de Santa Cruz, en
Toledo, bajo del título: Cuerpo de nube.
Desde el primer momento que
entras en la sala y observas las esculturas, la sensación de fragilidad e
ingravidez se adueña de ti. Es como si
estuvieras en un mundo onírico, rodeado de úteros maternos, de muy diferentes
formas, que cobijan unos elementos muy ligeros suspendidos en la atmósfera,
pero que no pueden escaparse de esa red que les protege o, tal vez, que les
impide salir, volar, esfumarse.
Quizás, ya sea por deformación
profesional o sensibilidad ante lo oprimido, lo primero que me ha venido a la
mente ha sido la opresión, no el refugio, de esos elementos tan frágiles. Unas
redes que impiden la salida, la expansión; a veces redes reforzadas por otras
en su interior, que ponen otra frontera, otra puerta inquebrantable, pues están
hechas de un material bastante más duro que el de los elementos que albergan. La analogía
social ha venido a continuación, sociedades delicadas rodeadas de redes fuertes
que les impiden salir de ese cubículo ¿Les protegen? ¿Les oprimen?
Las formas de las esculturas son
variadas: ovaladas, triangulares, rectangulares… Muchas de ellas ofrecen alguna
o varias posibles salidas, aunque (creo) que están todas obstruidas. Los
elementos internos (algodón, vilano…) son de color blanco, algunas veces
podemos contemplar algunos elementos brillantes y de varios colores. Esas dos
particularidades: posibles salidas y color ante la uniformidad nívea me han
hecho respirar un poco, confiar en que hay posibilidad de evadirse.
Una mirada al conjunto
escultórico transmite: opresión, calidez, protección, pero sobre todo irradian belleza
y fragilidad. Buenas vibraciones para una mañana cálida de invierno.
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