En los últimos tiempos estamos
viviendo una mayor visibilidad de la verdad y la mentira en la política
nacional: asuntos como la corrupción en el PP, las primarias en el PSOE, la
herencia de los Pujol, la lucha interna en Podemos…, o en la política
internacional: Trump considera que los medios de comunicación son mentirosos,
la situación política de Venezuela, los aliados y/o enemigos en el conflicto
sirio, etcétera. Todo esto me ha servido para querer profundizar un poco más en
la cuestión sobre la verdad y la mentira, y con ese objetivo he leído el ensayo
(en realidad son dos ensayos, uno editado por primera vez 1967 y el otro en
1971) de Hannah Arendt, publicado este año por Página indómita: Verdad y mentira en la política.
Lo primero que más llama la
atención es que la mentira y la falsedad han sido siempre herramientas
legítimas para aquellos que quieren alcanzar el poder, es decir, que se parte
de la premisa de que la mentira en política es lo normal. Pues empezamos bien.
Aunque la verdad, no me extraña, pues desde bien jovencito he estado
comprometido políticamente, de manera activa y pasiva –depende la época- y he
visto como los más mentirosos, los más embusteros, eran los que ascendían en la
escala jerárquica de las organizaciones políticas, sindicales y sociales,
siempre con honrosas excepciones.
Si es cierto lo dicho anteriormente,
¿Qué se puede hacer? ¿Cómo podemos mejorar la vida política? Para contestar a
esto Arendt opina lo siguiente: “El
pensamiento político es representativo; me formo una opinión tras considerar
determinado asunto desde diversos puntos de vista, recordando los criterios de
quienes están ausentes; es decir, los represento. Este proceso de
representación no implica adoptar ciegamente los verdaderos puntos de vista de
aquellos que mantienen otra posición y que, por lo tanto, contemplan el mundo
desde una perspectiva diferente; no se trata de empatía, de intentar ser otra
persona o sentir como ella, ni de contar cabezas y unirse a la mayoría, sino el
objetivo es que yo, conservando mi propia identidad, sea y piense como en
realidad ni soy ni pienso”. (pág. 40)
Es decir, para evitar la mentira
y la falsedad hemos de avanzar en la democracia deliberativa donde hay que dar
voz (y voto) a todos los actores sociales implicados en la vida política. Pero
para ello se ha de formar a todos ellos, con el fin de que la manipulación sea
lo menor posible, y debe existir una total transparencia de los asuntos
políticos.
Otro aspecto que me ha llamado mucho
la atención del texto es el papel que considera que deben tener las instituciones
judiciales y la universidad: “Hemos
dejado fuera ciertas instituciones públicas, instauradas y sostenidas por los
poderes establecidos, en las que, contrariamente a todas las normas políticas,
la verdad y la veracidad siempre han constituido el criterio más elevado del
discurso y del empeño. Entre ellas encontramos sobre todo a las instituciones
judiciales, que, como rama del gobierno o como administración directa de
justicia, están cuidadosamente protegidas frente al poder social y político, y
encontramos también todas las instituciones de enseñanza superior, a las que el
Estado confía la educación de sus futuros ciudadanos”. (pág.74).
Miedo me ha dado el pensar dejar
en manos de estas instituciones la vida política de mi país, sobre todo en
estos momentos, y por supuesto salvando algunas honrosas excepciones. No obstante, hay que reconocer como dice
Hannah Arendt: “Muchas verdades incómodas
han salido de las universidades y muchos juicios inoportunos salen una y otra
vez de los tribunales; y estas instituciones, como otros refugios de la verdad,
han permanecido expuestas a todos los peligros derivados del poder social y
político”. (pág. 75)
Hay muchos más aspectos
analizados por esta gran filósofa: la verdad factual, la verdad racional, los
hechos, las opiniones, las interpretaciones, los medios de comunicación de
masas, la mentira, los embusteros o el autoengaño. Cuestiones estas que las
debatiré seguramente con mis alumnos y mis amigos.
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