Desde Burgos a León siguiendo la
ruta del camino francés nos encontramos con un territorio de amplios
horizontes, pueblos pequeños muy humildes, gentes trabajadoras y mucha historia
milenaria.
Una de las características
principales de esos pueblos es la enorme despoblación y el envejecimiento de la
misma, su futuro no es incierto, al contrario, se puede predecir que en unos
pocos años van a estar totalmente despoblados. Tal vez se podrán salvar los más
próximos a las capitales de provincia, como lugares de segunda residencia o
alejamiento de lo estrictamente urbano. Su economía basada principalmente en la
agricultura y en el intento de un turismo jacobeo les da para sobrevivir a
duras penas.
El paso y el peso de los tiempos
va destruyendo, va desguazando, sus casas, sus templos, sus calles, sus maquinarias;
la muerte está presente a lo largo de todo el camino, es una parte muy
importante en su historia: hospitales para pobres, las epidemias mortíferas,
los cristos sangrantes, las gárgolas diabólicas y diablescas, los cementerios
pegados a las casas, las cruces de cristos sin cabeza, los rollos justicieros,
placas (ilegales) que recuerdan a unos muertos de la guerra civil, flores que
nos dicen dónde ha fallecido un peregrino o las llamadas al rezo para que no
haya más muertes o enfermedades.
Por supuesto que la vida también
se muestra: con sus gentes con una gran historia a sus espaldas; trabajadores
desde niños, emigrantes a dónde fuera con tal de ganar unos miserables dineros
que les ayudaban a sobrevivir; agricultores aferrados a los ciclos de la
naturaleza; mujeres implicadas en el trabajo, en la política y en la igualdad;
jóvenes que no quieren irse del lugar donde nacieron o que vuelven a él después
de estancias en otros lugares. Son personas tranquilas, sosegadas, sin prisa,
amables, hospitalarias, solidarias y dispuestas a entablar una amena
conversación.
Si se cambia y ajusta la mirada
hacia las alturas se pueden observar las diferentes aves que pululan por estos
lares, desde cigüeñas incubando sus huevos, gorriones comiendo de los distintos
árboles frutales, rapaces en búsqueda de sus presas, grajos y urracas saltando
por los sembrados y los tejados, o simplemente múltiples aves observando el
entorno, viendo pasar el tiempo y sus gentes. El ave que abunda sobremanera es
la paloma, no sé si como símbolo de la paz o del abandono y deterioro de estos
pueblos.
Epílogo.
He aprovechado estos días de descanso
y contacto con la naturaleza para continuar con la lectura del libro de Naomi
Klein, La dictadura del shock. El auge
del capitalismo del desastre. Lo que me ha llevado a pensar que no solo
están en decadencia estos pueblos, sino el planeta con los dirigentes que
tenemos y la sumisión con la que aceptamos sus decisiones.
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