Desde los inicios de la
sociología siempre ha existido un permanente debate sobre el hecho de qué influye más en el
comportamiento de los individuos, la naturaleza o la cultura. En los dos
últimos siglos ha habido momentos donde se la ha dado más importancia a la
naturaleza, a la biología o a los genes, en otras ocasiones ha sido la cultura
la que ha prevalecido. Las investigaciones científicas realizadas a lo largo de
esos años han ido poniendo el acento en la carga biológica, en la evolución fisiológica
de los humanos en los últimos cinco millones de años, en el ADN, en la fuerza
de la genética, etcétera; también en la sociabilidad de las personas, en su
interacción social o en el lenguaje. Actualmente seguimos con esa discusión,
aunque lo que es cierto es que ambas intervienen en las acciones sociales. Las
preguntas son: ¿en qué proporción lo hacen?, ¿es más importante la naturaleza? o
¿lo es la cultura?
Ayer asistí a la representación
de la obra de Arthur Miller: “Panorama desde el puente”, donde pude disfrutar
de la magnífica interpretación de Eduard Fernández, así como de la construcción
de la escenografía. En la obra uno de los aspectos más destacable es
precisamente cómo la naturaleza humana actúa por encima de lo social; la pasión
o el dominio del macho “alfa” se encuentran por encima de los acuerdos
sociales, de lo construido por los seres humanos. Podemos desde la cultura
intentar cambiar los comportamientos en aras a una mejor organización social
basada en la igualdad, en el raciocinio, en el consenso, en la cooperación, en
la libertad, pero no es tan fácil como algunos intentan hacernos creer.
Por supuesto que la capacidad de
pensar y actuar en consecuencia es una de las peculiaridades de los seres humanos,
que estamos dotados de sociabilidad, que hemos podido evolucionar mejorando
nuestra especie, que desde hace bien poco hemos logrado ser más libres y más
iguales, que ese es el camino a seguir, pero también hemos de ser conscientes
que el peso genético que llevamos está ahí y nos limita y condiciona.
Debemos seguir pensando cómo
mejorar la organización de la sociedad, cómo denunciar el uso del poder o de la
violencia simbólica existente en la mayoría de las estructuras sociales,
debemos ser críticos de una manera permanente y resistir a los poderes, ahora
bien, no podemos olvidar de dónde venimos y lo que ello nos limita, no para
justificar, sino para comprender.
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