Unos días desconectado de la
cotidianeidad vienen siempre bien, aprovechando los días de
vacaciones de la Semana Santa (o fiestas de la primavera, como se quiera) he
recorrido parte de El Camino de Santiago, antigua ruta celta que la Iglesia
Católica rescató para afianzar la religiosidad de sus adeptos, esta vez yendo desde
Logroño a Burgos. El camino está plagado de simbología cristiana y mariana
representada de manera muy diversa: iglesias, conventos, retablos, coros,
imágenes, puertas o reliquias; es decir, manifestaciones artísticas unas más
atractivas que otras, unas mejor conservadas que otras, aunque la mayoría de
ellas no se podían contemplar, pues los lugares donde se encuentran estaban cerrados a cal y canto.
Así pues me he encontrado con
mucho tiempo por delante para pensar y disfrutar del paisaje y de la
gastronomía de esta zona castellana. Como soy un adicto a la lectura eché en el
morral dos libros: un manifiesto comunista ilustrado y una biografía sobre
Dalí; el primero ni lo abrí, al segundo le dediqué algunos ratos, no muchos. Sin
embargo, la relación de Dalí con el psicoanálisis me ha servido para mis
paseos, pensamientos y análisis personal.
En mis andares por los pequeños
pueblos por los que he pasado había muy poca gente, la mayoría de las casas
eran muy humildes, destacando las casas palaciegas de los antiguos aristócratas
o caciques lugareños. Siempre había algún bar, que casi con toda probabilidad
puede subsistir por lo que se dejan en ellos los peregrinos, solían ser un buen
lugar para compartir una amena charla y poder degustar los productos
gastronómicos de la zona. He hablado con pocas personas, aunque estas siempre
eran muy amables y cercanas. Me encanta oír a las personas mayores contar la
historia desde sus propias vivencias y su interpretación, generalmente con
humor.
En estos días ha habido un tema
recurrente, la ruptura y el olvido. He visto muchas cosas rotas, tales como:
esculturas, cristales, maderas, piedras, casas…; por la mayoría de ellas el
tiempo ha pasado inexorablemente y parece que no van a ser reparadas, están
olvidadas, han tenido una vida pasada, que nunca podrán recuperar. He pensado también
en las vidas rotas y olvidadas de las personas que habían luchado en las muchas
batallas libradas en esos lares, de las que habían construido esas iglesias o
palacios, de los que habían sido explotados por esos grandes aristócratas
terratenientes, o de las que habían tenido que emigrar a otros lugares buscando
un lugar donde vivir un poco mejor. Y, como no podía ser menos, he dedicado muchos momentos a
mis propios rotos, algunos de ellos ya olvidados, otros no tanto.
En definitiva, creo que en estos
días ha habido un poco de realismo y psicoanálisis, aunque también me he dejado
llevar un poco por el surrealismo y los sueños dalinianos. Mañana volvemos a la
vida real, veremos qué tal, aunque la primavera es una buena época para
reiniciar el pulso vital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario