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martes, 22 de abril de 2014

Semana Santa en Sevilla: De lo ancestral a lo provocativo, pasando por lo sensual y lo social.

Por segundo año consecutivo y por imperativo de mi pareja he pasado la Semana Santa en la ciudad de Sevilla. Si el año pasado fue una experiencia iniciática en el rito religioso operístico que se monta en esa ciudad, este año se ha convertido en una mirada antropológica, sensual y sociológica (uno está contaminado por la observación perpetua de lo que pasa por su lado, sobre todo si se aburre y le disgusta, es una manera de divertirse como otra  cualquiera).
No tengo datos concretos de si son todos los sevillanos los que se tiran a la calle a venerar a sus cristos y vírgenes o son más los “extraños” (de otros lugares de España y del mundo) que cada vez son más atraídos (llevados) por el marketing turístico, pero lo que sí es cierto es que el centro de la ciudad queda colapsado y en algunos momentos es imposible que quepa alguna persona más, y cuando crees que se ha llegado a esa situación, llegan muchos más. Es decir, partimos de una concentración masiva de todo tipo de personas: creyentes, no creyentes, pobres, ricos, mujeres, hombres, blancos, amarillos, negros…, niños, mayores, medianos… Desde mitad de mañana hasta la madrugada son miles y miles de personas corriendo de un lado para otro para ver a una cofradía, a otra, a otra, y entre medias a comer y a beber. ¡Por todos los dioses!, lo que comen y beben, qué barbaridad. No sé si la Iglesia católica sacará rendimiento económico a todo esto, pero lo que son los bares, estos sacan para todo el año y más. Es una mezcla de personas que comparten los espacios unos con otros, y con una de las cualidades del mundo actual la de masas concentradas donde se van adaptando continuamente a las necesidades del momento, como diría el sociólogo Bauman es una masa líquida.
Masa líquida compuesta por miles de actores interpretando una gran ópera en la calle, cada uno cumple su papel dramático, desde los ateos llorando por su pertenencia a la cofradía y sentirse parte de esa emoción atávica, ancestral de lo religioso, hasta los creyentes que no creen en nada, pero hay que parecerlo. Cada uno vive su religiosidad según su habitus bourdiano, desde lo que observan este espectáculo popular con una mirada artística (esculturas, joyas, mantos, palios…), a los que lo hacen con una mirada sensual (qué muslos tiene el cristo, qué manos la virgen, qué cuerpazos los costaleros, qué ojos los nazarenos…), o a los que sienten en su interioridad el padecimiento de Cristo que salvó con su muerte a los humanos, o a miembros de la Guardia Civil escoltando todos los pasos, o a los adolescentes en la puerta del Palacio de Duquesa de Alba para ver si este año recibe o no al Cristo de los Gitanos. También se ha podido ver un acto “provocativo” o “reivindicativo” realizado por el sindicato anarquista CGT, los defensores del aborto y el lobby gay, que han sacado en procesión al “Santísimo Coño Insumiso” para protestar por la reforma de la ley del aborto, contra la homofobia y por los recortes de los trabajadores.
Como se puede contemplar los prismas son muy variados, en algunos casos hasta contradictorios, pero hay un hecho social que afecta a todas las personas de una manera transversal: las ganas de fiesta, de relacionarse, de divertirse. Lo religioso es otra cosa, de ello hablaré (o no) otro día.

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