Mis dos últimas lecturas han sido
un relato de Simone de Beauvoir (La edad
de la discreción) y una novela de Leonardo Padura (Herejes), escritos uno hace más de medio siglo y el otro es de este
año. Ambos textos abordan, entre muchas otras cosas, los miedos personales y
colectivos, que como todo el mundo sabe se arrastran desde los principios de la
humanidad, y han sido analizados desde distintas perspectivas filosóficas,
antropológicas, sociológicas, psicológicas, etc. No obstante, considero que
nunca han estado tan presentes como en la sociedad actual, afectando tan profundamente
a las relaciones sociales. Las informaciones que recibimos nos hablan de
guerras, incremento de la pobreza, explotación en el trabajo, incremento de los
suicidios, malos tratos y violencia contra las mujeres, calentamiento global,
bajada de los salarios, crisis económica mundial, fin del estado del bienestar
en las sociedades occidentales, y muchísimos más desastres; en definitiva, se
nos dice continuamente que nos encontramos en un mundo de múltiples riesgos e
incertidumbres, lo que conlleva generalmente a un aumento de los miedos
individuales, que afectan a nuestras formas de relacionarnos y de construir
nuestra sociedad actual y de futuro. Esa nueva sociedad la estamos construyendo
desde el miedo, miedo a perder el trabajo, miedo a perder nuestro bienestar,
miedo a perder nuestra pareja, miedo a la violencia, miedo al futuro, miedo a
lo que comemos, miedo a los otros, miedo a que se tomen decisiones políticas y
económicas por personas u organizaciones que no nos representan, miedo a estar
vigilados constantemente, miedo a la enfermedad, es decir, miedo, miedo y
miedo.
En principio, con la evolución de
las sociedades, con el aumento del conocimiento deberíamos tener más seguridad,
ya que disponemos de más herramientas para enfrentarnos a los miedos, sin
embargo, está acaeciendo todo lo contrario, cada vez predominan más los miedos.
¿Qué hacer entonces?, ¿dejarnos llevar por esos caminos de incertidumbre e
inseguridad?, ¿someternos a decisiones de unas élites alejadas de nuestras
realidades?, o tal vez, ¿implicarnos más en la toma de decisiones locales?,
¿ser más partícipes en las organizaciones e instituciones de las que formamos
parte?, ¿pensar menos en nuestra individualidad?, ¿replantearnos nuestras
relaciones con los demás?. Estas preguntas y otras más me las hago
continuamente, y aunque personalmente estoy más con una participación activa,
la realidad me devuelve de una manera cada vez más reiterada que no es eso lo
que hace (o desea) la mayoría de los ciudadanos (esa mayoría silenciosa, de la
que se apropian todos los poderosos). Probablemente esté equivocado, pero no
puedo hacer otra cosa, sin embargo, ya que la realidad es contraria a mis
pensamientos, seguiré con mis deseos y mis sueños, pues de momento como dice
Simone de Beavoir “He descubierto la
dulzura de tener tras de mí un largo pasado”.
"La vida es una Barca, como dijo Calderón de la Mierda"
ResponderEliminarComo se nota que leemos la misma mierda. Pero así estamos, en perpétua inestabilidad y rodeados de mucha, mucha, mucha mierda.
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